¿Se puede usar EMDR en el campo del maltrato infantil?

Esta fue la pregunta que me hice cuando tras haber trabajado dieciséis años en el campo del maltrato infantil, me topé con EMDR.

En un primer momento, veía sólo obstáculos. Cómo podía en un organismo público atender una hora y media a cada paciente?
¿Cómo lograría que no abrieran las “frágiles puertas” del consultorio del centro de salud?

¿Cómo podría congeniar el trabajo con los padres?

¿Cómo le explico a un juez qué es EMDR?¿Cómo acompaño el procesamiento de la información en un niño y a su vez mido el riego familiar?

En fin, las preguntas se abrían cada vez más…

Pero todo tuvo un desenlace satisfactorio.

El haber incorporado en mi práctica el concepto de trauma y todo lo que esto trae aparejado, hizo posible que mis intervenciones fueran más eficaces.

Estas intervenciones empezaron a darse en el marco del entendimiento cabal de los diferentes tipo de traumas que un niño podía estar afrontando, aún dentro de lo que es maltrato infantil. La naturaleza de las memorias traumáticas me permitió ser más certera en los diagnósticos diferenciales. Entender que el trauma parental teñía la mirada de estos padres hacia sus hijos y la necesidad de intervenir con ellos desde sus propios traumas para lograr disminuir el riesgo de maltrato hacia los hijos, hizo que mi mirada ante la problemática cambiara.

Esto significó también un cambio en el modelo de abordaje de los tratamientos. En donde el tener una visión más amplia de estos conceptos permitió evaluar las necesidades del niño y la familia y replantear los tratamientos según el impacto que había tenido en ellos. En el lugar de trabajo donde me desempeñé se trabajaba principalmente con un abordaje grupal de los tratamientos tanto de niños como de padres. La visión más amplia de la psicotraumatología permitió hacer un cambio en los abordajes en tanto se pudo evaluar la necesidad de tratamientos individuales previos a la incorporación del niño a tratamiento grupal.

Cuando estamos ante un caso de maltrato infantil, siempre debemos tener como primera premisa la protección física y psicológica del niño. Para esto debemos estar preparados para llevar a cabo un trabajo que puede dividirse en dos etapas.

La primera etapa está definida en relación a la evaluación del riesgo en el que se encuentra el niño, y la segunda en el tratamiento propiamente dicho.

La primera etapa consistirá en una evaluación del grupo familiar, buscando información que permita dar cuanta de si hubo maltrato, de qué tipo, cuál es la gravedad del mismo y si es necesario una intervención urgente o no.

Desde este primer momento voy a poder utilizar los elementos que EMDR me da para evaluar al niño, y al grupo familiar.

Esto es así porque intervenir desde EMDR, es mirar a los pacientes a través de los lentes del trauma, y esto me permitirá saber cómo está el niño víctima, que grado de traumatización presenta y si tendré que planificar en función de lo observado una fase uno y dos más extensa o no, etc.

Debe quedarnos claro que por ningún motivo puedo extender el tiempo de la evaluación ya que sigue siendo mi principal objetivo proteger al niño. Con lo cual las entrevistas próximas se harán buscando los elementos que me permitan llevar adelante la evaluación de los factores de riesgo.

Este último concepto es uno de los conceptos centrales en el abordaje del maltrato infantil. La evaluación de los factores de riesgo es un proceso que se llevará a cabo desde el primer contacto con la familia hasta el final del proceso terapéutico. Evaluar los factores de riesgo es hacer una predicción acerca de la posibilidad de que el maltrato se vuelva a producir. Existen factores de riesgo específicos tanto para el maltrato físico y emocional como para el abuso sexual.

Y estos factores de riesgo abarcan tanto a las características del niño, como las de la familia y las del contexto en general.

Por ejemplo, sabemos que un factor de riesgo en el maltrato tiene que ver con la edad del niño, a menor edad mayor es el riesgo. O la cercanía del supuesto ofensor, a mayor vínculo con el niño, mayor es el riesgo.

Esta parte de la evaluación diagnóstica es fundamental ya que me permitirá hacer una predicción acerca de si en el futuro cercano el niño puede ser revictimizado, es decir si el maltrato continuará perpetuándose en el seno familiar, y por ende si necesito hacer una intervención judicial con urgencia o no.

Debo evaluar también toda la información proveniente de otros equipos tratantes o que hayan intervenido.

Si en algo se asemeja este proceso a la fase uno de EMDR es en lo minucioso del rastreo de la información. Con la salvedad de que debemos conocer cuáles son los factores de riesgo específicos para cada tipo de maltrato y ser lo suficientemente equilibrados para buscar la información necesaria sin retraumatizar al niño.

Como dije anteriormente, la búsqueda de toda esta información nos muestra que más que en cualquier otra problemática el abordaje del maltrato infantil debe llevarse a cabo de una manera interdisciplinaria. No sólo en la búsqueda de información sino en evaluar la intervención más eficaz. No debemos olvidarnos que muchos de estos casos necesitan intervención judicial para seguir adelante con ellos. Especialmente en los casos de abuso sexual en donde tenemos obligación de hacer la intervención judicial.

Las disciplinas que nos ayudarán a deslindar estas cuestiones pueden ser la judicial, la escolar, la médica, la de los trabajadores sociales, etc.

Cuando estas variables están despejadas y el niño está fuera de peligro es que podemos pensar en el abordaje terapéutico propiamente dicho.

Fuera de riesgo significa que, se haya hecho una intervención judicial que monitoree el trabajo terapéutico de la familia si es necesario, o bien que los niños hayan sido ubicados en una familia extensa o en un hogar cuando la gravedad del caso así lo amerita.

En la segunda etapa de abordaje, en donde el niño y el grupo familiar está derivado a sus tratamientos psicológicos, y los factores de riesgo han disminuido lo suficiente como para poder trabajar desde lo propiamente terapéutico, es que nos adentraremos en cada tratamiento.

Es fundamental tener presente, entonces, que a pesar de que los factores de riesgo hayan disminuido, la evaluación de los mismos se hace durante todo el proceso terapéutico.

Esto es así porque es posible que durante el mismo algún disparador en el grupo familiar active las conductas de maltrato, porque el niño tenga que ir a declarar y esto genere stress en la familia y por ende riesgo de conductas maltratantes. O bien en los casos donde el niño es separado del supuesto ofensor que este último siga hostigando o amenazando al niño o al grupo familiar.

Los niños que han padecido estas historias de malos tratos tan severas, generalmente la cronicidad de las conductas maltratantes y la disfuncionalidad familiar desencadena sintomatologías graves. Muchos de ellos presentan un impacto traumático que ha repercutido en todas sus áreas de desarrollo. Desde el área cognitiva, conductual, emocional, biológica, en el área de las relaciones de apego, etc.

Esta complejidad hace que en la mayoría de los casos debamos trabajar un período largo en la fase dos, instalando recursos para ayudarlos a lograr la regulación emocional, disminuyendo conductas de riesgo si es que las hay (como autolesiones, ideación suicida, abuso de drogas, problemas en la alimentación, conductas de riesgo).

Es fundamental recordar que debemos conjugar el abordaje desde EMDR con el que nos enseña que con todos los pacientes severamente traumatizados el abordaje terapéutico es en etapas, y la primera etapa es la de lograr la disminución del riesgo del paciente. Una vez logrado este objetivo, podemos armar una secuencia de blancos, que será producto de lo que el niño trae y el trabajo hecho con los padres(o cuidadores a cargo), ya que debemos siempre tener información aportada por éstos últimos, ya sea porque el niño puede no contarlo, porque no lo recuerda, porque lo tiene naturalizado o porque tiene temor de decirlo.

Muchas veces esta secuencia de blancos se transforma en toda sus vidas, porque muchos de ellos tienen un pasado colmado de vivencias traumáticas.

Cuando podemos entrar en la etapa de procesamiento del material traumático siempre estaremos atentos, a lo diagnosticado previamente, no sólo desde lo psicológico sino también desde lo contextual. Es decir si el niño está con un soporte adulto medianamente confiable, comprometido en la recuperación tanto del niño como del grupo familiar. Y desde lo psicológico, estar en presencia de un niño que pueda regular sus emociones y tener conductas más adaptativas en vez de aquellas que lo ponían en riesgo, siempre evaluando la posibilidad que aparezcan cuadros disociativos y trabajarlos adecuadamente.

Se reconoce que las mejores intervenciones en el campo del maltrato infantil requieren de un abordaje multimodal. Esto quiere decir que si trabajamos con un niño que fue víctima de malos tratos y no trabajamos con el grupo familiar, nuestro trabajo no sólo será infructuoso sino que puede poner en riesgo al niño.

Los padres deben formar parte del trabajo terapéutico, ya sea en grupo de crianza o bien armando un dispositivo en donde otro profesional capacitado en el área los ayude a modificar sus pautas de relación, que les enseñe nuevas maneras de educar a sus hijos y haga un trabajo paralelo al del niño, en cuanto a la propia regulación emocional, a cómo deben entender las conductas de sus hijos, como responder a los cambios que ellos vayan haciendo.

Este trabajo en conjunto entre los cuidadores y sus hijos sólo se entiende si tenemos como premisa la conjugación de un abordaje desde la concepción de trauma y del apego. En el abordaje del maltrato infantil, esta línea de trabajo no puede faltar ya que sabemos que en estas familias el apego es un apego traumático.

El apego traumático puede tener distintas modalidades, puede ser un apego inseguro ambivalente, un apego inseguro evitativo o desorganizado, pero todos comparten el hecho de que no constituyen un cimiento seguro donde el niño pueda aprender a confiar en otro, a regular sus emociones, a pedir consuelo y ayuda, a despegarse sanamente de sus figuras de apego. Y más aún en donde las mismas figuras que deberían ser protectoras son quienes los maltratan.

Es por eso que esta área debe ser trabajada desde el niño y desde los padres, para lograr cambios profundos en estos sistemas familiares disfuncionales.

Creo que podemos trabajar desde EMDR en el campo del maltrato infantil, si logramos articular el hecho de que estamos ante situaciones en las que los factores de riesgo deben ser evaluados constantemente y en las que nuestra actuación implicará el trabajo conjunto con todos los sistemas, el niño, la familia y el contexto. El objetivo de recuperar la funcionalidad en el caso del maltrato infantil debe entonces ser más amplia, y apuntar a todos los actores antes mencionados.

Es fundamental que aquellos profesionales que trabajen desde esta perspectiva estén entrenados tanto en el campo del maltrato infantil, como en el del trauma y las adaptaciones que deben hacerse en el abordaje de EMDR ante esta problemática tan compleja.

Lic. Paula Moreno
E-mail: pmoreno@ciudad.com.ar

Bibliografía

  • De Paul Ochotorena ( 1996), Manual de protección infantil. Masson, S.A.
  • Judith Herman (1992), Trauma y recuperación, Nueva York: Basic Books.
  • Pat Ogden (2006), El trauma y el cuerpo. Un modelo sensoriomotriz de psicoterapia. Norton & Company. New York, Usa.